No es intrínsicamente malo que España desembolse medio millón de euros para ser “invitada de honor” en la Feria Internacional del Libro que se celebró la semana pasada en Pekín. Ya sabemos que somos un chollo cuando se trata de engatusarnos con esa etiqueta que, a cambio de aflojar la pasta, nos hace sentir importantes.
Con el anzuelo del pedigrí ya nos colocaron en 2007 el engendro del Año de España en China, que no fue más que cultura española gratis total a cambio de mucho intangible y potencialidad futura. Por supuesto, eso nunca se traduce en un mayor equilibrio en la balanza comercial bilateral, que sigue reflejando una evidencia indiscutible: que por mucho que España sea “el mejor amigo de China dentro de la UE”, los chinos no compran nuestros productos.
Ahora bien, respecto a nuestra presencia en la feria pekinesa, acepto pulpo como animal de compañía, inclusive teniendo en cuenta las pírricas ventas del sector editorial español en China (2,5 millones al año), que tres de cada cuatro libros que circulan por ese mercado son piratas o que los chinos aprovechan ferias como esa para fotografiar, página a página, obras enteras con sus teléfonos móviles.
Pero ya que hemos hecho un esfuerzo económico, por lo menos la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, podría haber estado a la altura. Debo decir que, al lado del everyday bonsáis de Zapatero que nos avergonzó a todos, su inglés alivia. Pero en lo demás, dio en Pekín un recital. Típicamente peronista, se entiende.
Porque como Cristina Kirchner en España, González-Sinde llegó tarde a todas partes en un país que considera ofensiva y una falta de respeto tremenda la impuntualidad. Quizás sus asesores se lo dijeron, pero se supone que la ministra tiró de relativismo también con las formas. A una contrariada Liu Yandong, la única mujer en el todopoderoso Consejo de Estado chino, la plantó 20 minutos.
Y a la representación teatral del Quijote en chino, que se hacía por vez primera, llegó 15 minutos tarde. Eso sí, al famoso mercado de las copias de Pekín, llegó puntual. Pero más lamentable aún que a una ministra de Cultura se la viera por el mercado de las copias fue su comprensión, condescendencia y discurso blandito respecto a la impunidad con la que se violan los derechos de autor en China.
Lo que no está nada mal viniendo de una defensora a ultranza del robo-canon de la SGAE y de quien ha declarado la guerra a la piratería y a las descargas en Internet. Ahí quedan las andanzas de la ministra en Pekín. Imbatible.